Damas y caballeros, niños y niñas, y especialmente ustedes, sufridos contribuyentes y observadores perplejos del circo económico global: ¡tenemos noticias frescas desde el Lejano Oriente! Parece que el gran dragón asiático ha vuelto a rugir, o al menos eso nos cuentan los últimos partes de guerra económica. Mientras aquí en Occidente seguimos debatiendo si la tostada caerá por el lado de la mantequilla o el de la mermelada (spoiler: siempre por el de la alfombra), China nos sirve en bandeja de plata unos datos de crecimiento que harían sonrojar al más optimista de los pronosticadores oficiales. Un crecimiento trimestral que, según los titulares, ha superado todas las expectativas. ¡Albricias! Saquen el champán… o quizás mejor una tila bien cargada, por lo que pueda pasar.
Para entender este nuevo capítulo de la saga China salva al mundo (otra vez, quizás), es menester recordar que la economía global lleva un tiempo comportándose como un coche viejo en una cuesta empinada: con mucho ruido, alguna que otra explosión por el tubo de escape y avanzando a trompicones, mientras el conductor (¿los bancos centrales?) no sabe si pisar el acelerador, el freno o bajarse a empujar. En este panorama, todas las miradas se dirigen cíclicamente a Pekín, esperando que su gigantesca maquinaria productiva tire del resto del convoy. Y, ¡oh, sorpresa!, la Oficina Nacional de Estadística de China ha anunciado recientemente que el Producto Interior Bruto (PIB) del país creció un formidable 5,3% interanual en el primer trimestre de 2024. ¡Un 5,3%! Cifra que no solo suena bien, sino que además supera con creces las previsiones de los analistas, esos agoreros que apenas le daban un triste 4,6% o un tembloroso 5%. Es como si hubieras apostado a que tu equipo de fútbol de tercera regional ganaba la Champions y, de repente, van y eliminan al Real Madrid en octavos. Inesperado, cuanto menos.
Pero, como en toda buena obra de ilusionismo, la clave está en no mirar demasiado de cerca la mano del mago. ¿Qué ha ocurrido realmente? Pues que, efectivamente, el número es el que es. El gobierno chino, con su proverbial habilidad para dirigir la orquesta económica, ha pisado el acelerador en la inversión estatal y ha visto cómo sus exportaciones, ayudadas por una demanda global de ciertos bienes y unos precios competitivos (a veces sospechosamente competitivos, dirían algunos), han dado un buen estirón. Es la vieja confiable: si la gente no compra dentro, vendemos fuera como si no hubiera un mañana. Ahora bien, si uno escarba un poquito bajo la alfombra de tan lustrosas cifras, empiezan a asomar las dudas de siempre, esas que son como los familiares incómodos en las cenas de Navidad: inevitables y persistentes.
La demanda interna, ese motorcito que debería estar rugiendo con la alegría del consumo de 1.400 millones de personas, sigue con un ralentí preocupante. El ciudadano chino de a pie, al parecer, no está para muchas fiestas y prefiere guardar los yuanes bajo el colchón, quizás porque el fantasma del sector inmobiliario sigue paseándose por los pasillos. Ese gigante con pies de barro, otrora pilar del crecimiento, continúa siendo una fuente de quebraderos de cabeza, con promotoras al borde del colapso y un mercado que no termina de encontrar el suelo. Así que sí, el titular es bonito, pero la verdad subyacente es que el dragón podría estar volando con un ala un tanto tocada y dependiendo mucho del viento de cola de las exportaciones, una estrategia que, como bien sabemos en Economía, tiene sus límites y sus damnificados colaterales.

Entonces, ¿cómo nos afecta este supuesto milagro chino a nosotros, los humildes mortales que lidiamos con la cesta de la compra y la letra de la hipoteca? Pues, como siempre, depende del color del cristal con que se mire, o más bien, de qué lado de la balanza comercial te encuentres. Si China inunda el mercado con productos manufacturados a bajo coste, el consumidor podría encontrar gangas en el bazar global. ¡Qué alegría, un móvil nuevo por el precio de una cena! Sin embargo, el pequeño empresario local que fabricaba esos mismos productos, o similares, quizás tenga que empezar a pensar en dedicarse a la cría de caracoles, porque competir con Goliat cuando eres David y además Goliat tiene subsidios, es complicado. Es la globalización, amigos, ese maravilloso invento que abarata tus cachivaches mientras deslocaliza tu empleo.
Por otro lado, si el crecimiento chino se sustenta más en la exportación que en un consumo interno robusto, las empresas de nuestros lares que soñaban con vender sus vinos de alta gama, sus coches de lujo o sus servicios turísticos exclusivos al emergente millonario chino, quizás tengan que reajustar sus expectativas. El champán, de nuevo, a la nevera. Para el ciudadano común, la cosa se traduce en una mayor incertidumbre. ¿Este crecimiento es pan para hoy y hambre para mañana? ¿Es sostenible un modelo que depende tanto de factores externos y de la inversión pública masiva? Si la economía china estornuda de verdad –no estos estornudos controlados que nos venden como síntomas de fortaleza–, la pulmonía para el resto del planeta puede ser de órdago. Y ya sabemos quién paga los platos rotos cuando los grandes juegan a los dados con la economía mundial: usted, yo, y el autónomo de la esquina.
La confianza de los mercados financieros, ese ente etéreo y caprichoso, puede recibir un pequeño chute de optimismo. Quizás su plan de pensiones suba unas décimas, lo suficiente para invitarse a un café (descafeinado y sin azúcar, no vaya a ser). Pero esta confianza es tan volátil como un tuit de madrugada. Si la narrativa del «milagro chino» se agrieta y se empieza a hablar más de los problemas estructurales –la deuda, la burbuja inmobiliaria, las tensiones geopolíticas–, esa misma confianza se esfumará como el humo de una fábrica cerrada. Mientras tanto, navegamos en un mar de cifras que a veces parecen más un ejercicio de equilibrismo que un reflejo fiel de la realidad palpable. Puede que necesite consultar más análisis en nuestra sección de Noticias para estar al día.
Al final, la gran pregunta que flota en el aire, densa como la contaminación de una megalópolis industrial, es si estamos asistiendo a una genuina recuperación o a la enésima patada hacia adelante de un modelo que muestra signos de agotamiento. ¿Acaso no sería maravilloso que, por una vez, el crecimiento fuera tan sólido y real como lo pintan, y no una fachada brillante que oculta grietas estructurales? Pero claro, si así fuera, ¿de qué escribiríamos los columnistas cínicos? Supongo que todos necesitamos que el espectáculo continúe, aunque sea con tiritas y mucho maquillaje. Y si esto le interesa, siempre puede visitar nuestra página principal para más contenido.
Preguntas Frecuentes (FAQ)
P: ¿Debería el ciudadano medio celebrar este dato de crecimiento de China como si fuera propio?
R: Bueno, depende. Si usted es accionista mayoritario de una multinacional que exporta masivamente a China o se beneficia de su producción barata, ¡descorche el cava! Si es un trabajador de una fábrica local que compite con esas importaciones, o un pequeño ahorrador preocupado por la estabilidad a largo plazo, quizás sea más prudente mantener una ceja levantada y la otra observando el panorama con saludable escepticismo. La alegría en casa del pobre (o del rico, según se mire) a veces dura poco.
P: ¿Implica este crecimiento que la economía global está definitivamente en vías de recuperación y podemos olvidarnos de las crisis?
R: (Sonido de risa contenida que se convierte en tos) ¡Oh, dulce ingenuidad! Decir que esto soluciona todos los problemas de la economía global es como afirmar que por encontrar un trébol de cuatro hojas ya le ha tocado la lotería. La economía mundial es un entramado complejo con muchos más factores en juego: inflación persistente en algunos lares, tensiones geopolíticas que harían palidecer una novela de espías, y deudas públicas que ríete tú de la hipoteca media. Una golondrina no hace verano, y un dato trimestral positivo de China, por muy maquillado que esté… digo, por muy bueno que sea, no es la panacea universal.