Ah, otra vez esa época del año en la que los sumos sacerdotes de las Finanzas Globales se reúnen en algún lugar convenientemente caro para mirarse el ombligo colectivo y emitir comunicados que suenan como si un oráculo hubiera tenido una indigestión de jerga económica. Esta vez, el cónclave de los ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales del G7, ese selecto club de países que básicamente decidieron que eran los más listos de la clase económica mundial hace unas décadas, nos ha regalado otra perla de sabiduría que, si la miras muy de cerca y con la luz adecuada, se parece sospechosamente a un… bueno, a un «más de lo mismo pero con palabras nuevas».
La noticia que ha hecho vibrar los teletipos (¿alguien usa aún teletipos? Da igual, suena dramático) es que nuestros queridos líderes financieros han expresado su «profunda preocupación» por la creciente fragmentación geoeconómica. Traducido del idioma de los que mueven los hilos: están un poco nerviosos porque el tablero de juego global se está volviendo un pelín caótico y ya no controlan todas las piezas con la misma soltura de antes. Parece que el auge de China, las tensiones comerciales que ellos mismos han ayudado a crear y, cómo no, el pequeño detalle de una guerra en Europa con sus correspondientes sanciones y contrasanciones, están haciendo que el viejo orden mundial se tambalee como un castillo de naipes en una fiesta de cumpleaños infantil. Y claro, cuando el castillo se tambalea, los que están en la suite del ático son los primeros en sentir el vértigo.
En su infinita sabiduría, han llegado a la conclusión de que hay que hacer algo. ¡Bravo! ¿Y qué es ese «algo»? Pues, entre otras cosas, han vuelto a poner sobre la mesa la idea de utilizar los activos rusos congelados para ayudar a Ucrania. Una idea que suena maravillosamente justiciera en el papel, como Robin Hood con corbata y maletín, pero que en la práctica es como intentar desactivar una bomba con un manual escrito en arameo antiguo y unas pinzas de depilar. Porque, claro, una cosa es decir «vamos a coger este dinero» y otra muy distinta es hacerlo sin que te explote en la cara media docena de precedentes legales y sin que otros países con grandes reservas en tu moneda empiecen a pensar «uy, a ver si el próximo soy yo» y decidan llevarse sus ahorrillos a otra parte. También han hablado, cómo no, de la necesidad de «abordar las políticas no de mercado» de China, que es la forma elegante de decir «China nos está comiendo la tostada y no nos gusta un pelo».
Todo esto se nos presenta envuelto en un lenguaje de cooperación, resiliencia y búsqueda de un crecimiento sostenible e inclusivo. Palabras que suenan tan bien como una promesa electoral en campaña, y que suelen tener la misma probabilidad de materializarse en beneficios tangibles para el ciudadano de a pie. Porque, seamos sinceros, cuando los grandes popes de las finanzas mundiales hablan de «estabilidad», a menudo se refieren a la estabilidad de sus propios sistemas y beneficios, no necesariamente a que tú puedas pagar la hipoteca sin tener que vender un riñón.
Entonces, ¿cómo nos afecta esta verbosidad de alto nivel a nosotros, los mortales que contamos los céntimos para llegar a fin de mes? Pues, para empezar, la «fragmentación geoeconómica» es el nuevo eufemismo para decir que las cosas que compras podrían volverse más caras o más difíciles de encontrar. Si los países empiezan a levantar murallas comerciales y a desconfiar unos de otros como si fueran vecinos en una comunidad con derramas sorpresa, las cadenas de suministro globales, esas que ya demostraron ser más frágiles que la autoestima de un adolescente, podrían sufrir nuevos espasmos. Esto se traduce en que tu próximo móvil, el aguacate para tu tostada o incluso los componentes del coche que necesitas para ir a trabajar podrían venir con una etiqueta de precio que te haga replantearte tus prioridades vitales.
Respecto a lo de los activos rusos, más allá del debate moral y legal, la principal consecuencia para el ciudadano podría ser la incertidumbre. Si esta medida se implementa de forma torpe, podría generar nerviosismo en los mercados financieros. Y cuando los mercados se ponen nerviosos, suelen reaccionar como un caballo asustado: dando coces a diestro y siniestro. Esto podría significar tipos de interés que se resisten a bajar como gato panza arriba, lo que no son buenas noticias para tu hipoteca variable ni para las empresas que necesitan crédito para crecer y generar empleo. Los pequeños y medianos negocios, que son la carne de cañón en estas guerras de gigantes, podrían ver cómo se encarece su financiación o cómo se complican sus exportaciones e importaciones. En resumen, mientras ellos debaten en salones con aire acondicionado, aquí abajo podríamos sentir el calor de una mayor inestabilidad.
Y sobre el «abordaje» de las políticas chinas, prepárense para una posible nueva ronda de «ojo por ojo, arancel por arancel». Si el G7 decide ponerse más firme con China, es poco probable que el gigante asiático se quede de brazos cruzados. Podríamos ver represalias comerciales que afecten a sectores específicos, y adivinen quién paga la fiesta al final: el consumidor. Quizás tu próximo intento de inversión deba considerar estos nuevos vientos de proteccionismo. Es como cuando papá y mamá se pelean en la cena de Navidad: todos los demás comensales acaban con el estómago revuelto y sin ganas de postre.
Así que, mientras los titulares nos hablan de grandes estrategias y movimientos geopolíticos de ajedrez, la realidad es que somos los peones los que más sentimos los temblores del tablero. La próxima vez que escuchen un comunicado grandilocuente sobre las finanzas globales, recuerden que, muy probablemente, se trata de los mismos de siempre intentando apagar fuegos con gasolina de alta gama, mientras nos aseguran que todo está bajo control. ¿Y quién puede culparlos por intentarlo? Al fin y al cabo, la esperanza es lo último que se pierde… justo después del poder adquisitivo.
Preguntas frecuentes (FAQ)
- ¿Qué significa realmente «fragmentación geoeconómica» en palabras sencillas?
- Imagínate que el mundo era un gran mercado donde todos compraban y vendían más o menos libremente (con sus trampillas, claro). La «fragmentación» es como si, de repente, ese mercado se dividiera en tenderetes más pequeños que desconfían unos de otros, ponen precios distintos a los mismos productos según quién seas y, en general, hacen que encontrar lo que necesitas sea más complicado y caro. Es el «cada uno a lo suyo» a escala planetaria, y suele implicar que las cosas se vuelven menos eficientes y más tensas.
- Si utilizan los activos rusos congelados, ¿significa eso que mis impuestos no se usarán para ayudar a Ucrania?
- Sería bonito pensarlo, ¿verdad? Como encontrar un billete de cincuenta en un pantalón viejo. Pero la realidad es más compleja. Si bien usar esos activos podría aliviar *directamente* la carga sobre los presupuestos de los países del G7 para este fin específico, no es una solución mágica ni gratuita. Las posibles represalias, la inestabilidad financiera que podría generar, o los costes legales y de gestión asociados, podrían acabar repercutiendo indirectamente en la economía y, por ende, en los contribuyentes. Además, las necesidades de Ucrania son enormes, y es poco probable que estos activos cubran todo, por lo que la ayuda de los contribuyentes, de una forma u otra, seguramente seguirá siendo necesaria. Es como tapar un agujero para descubrir tres más.